- Por Carlos Villarroel, Líder de Tecnologías Disruptivas SONDA.
La inteligencia artificial ya dejó de ser un concepto futurista para instalarse en nuestra vida cotidiana: está en los bancos que previenen fraudes, en los mapas que sugieren rutas y en las plataformas de streaming que recomiendan qué ver. El desafío para las empresas no es decidir si la adoptan, sino cómo lograr que realmente genere valor y no se convierta en otra herramienta olvidada.
Los llamados “agentes inteligentes” representan un avance clave. Son asistentes digitales capaces de adaptarse a cada área de la organización y hacerse cargo de tareas que antes consumían tiempo y esfuerzo. Un agente en Finanzas que prepara reportes, otro en Recursos Humanos que redacta contratos, o uno en Servicio al Cliente que responde dudas en segundos: lo importante es que no reemplazan a las personas, sino que liberan tiempo para lo que realmente importa.
El éxito de estas soluciones, sin embargo, no se juega en la sofisticación técnica, sino en la experiencia de uso. De nada sirve un agente brillante si resulta enredado o poco confiable. La clave está en que sea simple, cercano y transparente: que se comunique en lenguaje natural, que se integre con las herramientas que los equipos ya utilizan y que entregue resultados verificables. Cuando la tecnología se siente como una ayuda y no como una carga, la adopción ocurre de manera natural.
Ahí está la verdadera diferencia: en ofrecer soluciones que no compliquen, sino que simplifiquen. Las empresas que avancen en este camino tendrán colaboradores más satisfechos, procesos más ágiles y decisiones mejor informadas. En definitiva, el valor de la inteligencia artificial no se mide por lo avanzada que sea, sino por algo mucho más simple: que resuelva problemas reales y que las personas quieran usarla.



